lunes, 4 de abril de 2011

Adiós , Coca-cola.





El lunes, a medianoche, un ruido que había empezado en la tarde no me dejaba tranquilo. Era mi estomago. Me había tomado una coca-cola de dos litros yo solo después del almuerzo. El día anterior quise salir a la calle, no sé, caminar, ir al parque aquel, tranquilo, donde tuve grandes momentos de soledad, y donde alguna vez me desvalijaron. Ese día también tome un par de litros de coca-cola. No me cayeron mal, en cambio, quería mas. Compre esta vez un gatorade que me calmara la sed, pero a cabo de diez minutos el estomago hizo su trabajo: un fuerte cólico me sobrevino, y lo único que hice fue parar un taxi e irme a casa. Cuando llegue a pedir ayuda no había nadie, habían salido a no sé dónde y no sabía a quién acudir, decidí entonces hacer lo que he hecho en la mayoría de estos casos: tomar un par de pastillas para dormir y ya, esperar lo que venga. Esa noche dormí hasta bien entrada la mañana del lunes, y almorcé sin problemas, me sentía como nuevo, decidí entonces salir a la calle, no sin antes dejar dicho en casa que volvería tarde. Regrese de inmediato a casa por el ruido en el estomago que comente al comienzo. No le tome importancia, sabía que algo pasaría y pronto pero no calcule que fuese ese mismo día.

En casa no había nadie, y en un arrebato de cordura salí lo mas rápido a un hospital. Al llegar me dijeron que lo mío no era importante y que iría a consulta, y no a emergencia. Refute, dije hasta la saciedad que me sentía mal pero nadie me hizo el mas mínimo caso. Indignado salí del hospital, compre en la primera farmacia que encontré mi dosis y regrese a casa a esta vez sí esperar lo peor. No me quería morir, al menos no así, en esa forma. Al día siguiente contacte a un tío lejano que trabajaba en un hospital general, y logre sacar cita para el mismo día, es decir, el miércoles a las diez de la mañana. La doctora tenía un nombre raro. Ayumi Kato. Al escuchar el nombre me reí. Mi tío callo mi risa con un severo es la mejor en su campo. Le creí.

No tenía mucho tiempo, me cambie como pude y salí a ver a Kato. En todo el camino me iba riendo del nombre: kato, kato.

Al llegar mi tío no estaba, temí perder la cita pero una enfermera amable me ayudo, y al cabo de una hora de interminable espera mi turno había llegado. Kato me esperaba. Minutos antes mientras esperaba, la gente que salía, en su mayoría señoras y muchachas, comentaba lo buena que era, dude un momento entonces y entre sin más que una esperanza que ayuda. La vi, sentada en su escritorio, y le calcule veinticinco años. Delgada, lentes, y una sonrisa encantadora. Mis bromeas se esfumaron y le comente mi caso.

- Y no sabes que hace daño en exceso.

- Lo sé.

- Entonces por qué lo haces

- Me gusta, punto.

- Te puedes morir

- Me haría un gran favor.

- Por que hablas así

- Bah, cosas mías.

- Pues que pena, si entraste aquí es por que quieres curarte, estar bien.

- Nunca he estado bien en mi vida, sería una experiencia nueva.

- Ahora lo vas a estar.

- Lo dudo, la verdad.

- Confía, te repondrás.

- Que me queda, ya estoy acá.

Estuve una hora. Me gusto mucho la pasión con la que resolvía mi caso, su entrega hacia su vocación, y la facilidad con la que me decía que cosa y que tomar. Con esto estarás bien, me dijo, y me dio unos frascos con medicinas. Le dije que mi hígado no resistiría tanta pastilla, me advirtió entonces que no había problema, que las tomase.

Salí algo tranquilo y me dijo, antes de irme, no mas coca-cola, entendiste.

Hace algunos meses me vi, de casualidad, con ella en la calle y me pregunto cómo iba. Acepte que no me iba mal, pero que tenía problemas. Pensó un momento, me miro fijo y me pregunto no me has hecho caso verdad.

La mire fijamente, y le dije: no.


Marzo, 2011.



 

ABEL ARTURO BENDEZU - BLOG © 2008. Chaotic Soul :: Converted by Randomness